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Jesus y la prostituta, a proposito de la zona roja

http://www.riial.org/evangelizacion/epd0194.pdf

Jesús predica por todos los rincones de Galilea. En esta ocasión está en las
márgenes del lago. El clima, el bienestar, la vida alegre resultan fáciles en
esas poblaciones que rodean Genesaret, y era normal que allí se encontrasen a
sus anchas las mujeres de la vida alegre...
Una de ellas escucha con atención a Jesús, se conmueve, y se grita a sí
misma:
- ¡Basta! ¡Basta ya con esta vida de pecado que llevo! ¿Y si fuera a hablar
personalmente con este tan querido Maestro?...
Espía desde ahora todos los movimientos de Jesús, y ve cómo le invita a
comer uno de los fariseos principales.
- ¿Sí?... Pues, en la sala del convite que me he de meter.
Y tal como lo piensa, lo hace.
Todos están comiendo, y en medio del convite no reina más que la frialdad,
pues al fariseo y a sus amigos no les importa nada Jesús, al que ha invitado
sólo para espiarlo de cerca.
La mujer que ahora se mete dentro sin permiso alguno es bien conocida de
todos.
- ¿Ésa? La pecadora de siempre. ¡Y miradla ahora lo descarada que está
actuando! ¿Cómo se le ocurre besar los pies del Maestro, romper un frasco de
perfume oloroso, derramarlo sobre sus pies, sacarlos con su propia cabellera, y
no parar de besarlos?... Si la mujer es una descarada, Jesús demuestra que no
es ningún profeta, pues, de serlo, sabría quién es esta prostituta, cargada de
pecados...
Así piensa el anfitrión, y, ante la sonrisa maliciosa de los comensales,
adivinando Jesús los pensamientos de todos, rompe el silencio:
- Oye, Simón. Quisiera hacerte una pregunta.
- Di, Maestro, di.
- Mira, Simón. Había un acreedor que tenía dos deudores. El uno le debía
cincuenta dólares y el otro quinientos. Como ni uno ni otro tenían con qué
pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Quién de los dos querrá más ahora al
generoso acreedor?
- Está claro que el de quinientos, porque le ha perdonado más que al de
cincuenta.
Aquí esperaba Jesús al fariseo:
- Muy bien pensando, Simón. Ahora va la cosa contigo. ¿Ves lo que hace
esta mujer? Todo al revés que tú. He entrado yo en tu casa, y no me has
lavado los pies, polvorientos del camino. Ésta, por el contrario, los ha lavado
con sus lágrimas y secado con su cabello. Tú no has ungido mi cabeza, y ésta
ha derramado tanto perfume sobre mí. Tú no me has saludado con el beso de
paz, y ésta no ha parado de besar mis pies.
A Simón se le está cayendo la cara de vergüenza ante los invitados, al ver
cómo Jesús le va sacando a relucir todas sus faltas de etiqueta y de educación.
Y ahora tiene que oír lo más duro, si es que quiere entender:
- Por eso te digo que a ésta se le perdonan todos sus muchos pecados,
porque me ha amado mucho. Tú como piensas que no tienes pecados, ni pides
perdón, ni se te perdona nada, ni amas nada tampoco...
Todos escuchan atónitos, mientras se dicen:
- ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?
Todo judío sabía muy bien que los pecados sólo puede perdonarlos Dios.
Pero Jesús remacha sus palabras con una despedida emocionada:
- ¡Tu fe es muy grande, mujer! ¡Vete en paz!

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